viernes, 5 de octubre de 2007

La Literatura Infantil ‎

Literatura infantil, término que engloba diferentes géneros literarios: ficción, poesía, biografía, historia y otras ‎manifestaciones literarias, como fábulas, adivinanzas, leyendas, poemas y cuentos de hadas y tradicionales de ‎transmisión oral. ‎
La literatura infantil apareció como forma o género independiente de la literatura en la segunda mitad del ‎siglo XVIII y se ha desarrollado de forma espectacular en el siglo XX.‎

Edad media y renacimiento. Inicios del libro y didactismo

En esta época eran pocos los adultos y niños que tenían acceso a los libros y la lectura. Leer era un privilegio. ‎La cultura se hallaba recluida en palacios y monasterios, y los pocos libros a los que se tenía acceso estaban ‎marcados por un gran didactismo que pretendía inculcar buenas costumbres y creencias religiosas. Es de ‎suponer que en esta época los niños oirían con gusto poesías, cuentos y cuentos tradicionales que no estaban, ‎en principio, pensados para el público infantil.‎
En un estadio tan primitivo de la literatura no es de extrañar que niños y adultos escucharan las mismas cosas ‎y tuvieran las mismas lecturas, como las Cantigas de Alfonso X el Sabio (1252-1284), o un siglo más tarde El ‎Conde Lucanor o Libro de Patronio (1335), del infante don Juan Manuel, colección de cincuenta apólogos ‎dirigida a niños y adultos. Este mismo autor escribió el Libro de los estados o libro del infante, también de ‎tipo didáctico. Los escasos libros para niños que existían en esta época eran abecedarios, silabarios, bestiarios ‎o catones (los libros llenos de sentencias que seguían a los abecedarios) que contenían normas de ‎comportamiento social y religioso.‎
La influencia del mundo antiguo oriental dominó gran parte de la edad media. Ramón Llull (1232-1316) ‎compuso el Llibre de les besties, y, pensando en los niños, un Ars puerilis dedicado a la educación de la ‎infancia.‎
Como una muestra más de la preocupación por lo pedagógico y la intención moral que dominaba en esta ‎época, se pueden citar los Proverbios del marqués de Santillana que escribió por encargo del rey Juan II para ‎su hijo.‎
La invención de la imprenta puso en manos de los niños libros que hasta ese momento sólo se conocían por ‎versiones orales. Uno de los primeros que se editó en España fue el Isopete historiado, en el año 1489. Se ‎trataba de una traducción al castellano de las fábulas de Esopo, con grabados en madera. En la misma ‎imprenta, la de Juan Hurus en Zaragoza, se editó en 1493 una versión del Calila e Dimna, el Exemplario ‎contra los engaños y peligros del mundo, que avisa en su prólogo que se trata de un libro tanto para adultos ‎como para los niños.‎
Numerosas cartillas y abecedarios debieron de imprimirse en esta época, así como adaptaciones de los libros ‎sagrados, como el Antiguo Testamento para los niños, de Hans Holbein (1549).‎

Siglos XVII y XVIII. Comienza la fantasía

El descubrimiento del mundo antiguo sacó a la luz numerosas fábulas de la Antigüedad, y junto a ‎
traducciones de Esopo aparecieron nuevos creadores: en España, Sebastián Mey, Fabulario de cuentos ‎antiguos y nuevos (1613), que reúne una colección de 57 fábulas y cuentos que terminan con un dístico ‎moralizador, y en Francia, Jean de la Fontaine, autor de las Fábulas (1688).‎
En Alemania se edita en 1658 el Orbis Sensualium Pictus, del monje y pedagogo Comenio. Este libro en ‎imágenes se considera revolucionario dentro de la literatura infantil. Se publicó en cuatro idiomas, latín, ‎alemán, italiano y francés y cada palabra llevaba su correspondiente dibujo. Se trata de un libro de concepción ‎muy moderna que defiende la coeducación y el jardín de infancia.‎

Charles Perrault (1628-1703) publicó en Francia sus Cuentos del pasado (1697), en los que reúne algunos ‎relatos populares franceses. Estos cuentos, que subtitula Cuentos de mamá Oca, recogen relatos populares ‎franceses y también la tradición de leyendas célticas y narraciones italianas: Piel de asno, Pulgarcito, El ‎gato con botas, La Cenicienta y Caperucita Roja aparecen en esta obra y al final de cada uno añade una ‎moraleja. Con estos cuentos maravillosos Perrault introdujo y consagró “el mundo de las hadas” en la ‎literatura infantil. Siguiendo las huellas de Perrault, Madame D’Aulnoy (1650-1705) escribió cuentos como ‎El pájaro azul o El príncipe jabalí. Madame Leprince de Beaumont (1711-1780) escribió más tarde El ‎almacén de los niños (1757), un volumen con diversos contenidos en el que se incluye una de las narraciones ‎más hermosas de la literatura fantástica, La bella y la bestia.‎
Pero las narraciones que realmente triunfaron en toda Europa fueron las de Las mil y una noches, que se ‎tradujeron al francés en once tomos entre 1704 y 1717. En 1745, John Newbery abrió en Londres la primera ‎librería y editorial para niños, La Biblia y el Sol, y editaron gran número de obras. ‎
En 1751 lanzó la primera revista infantil del mundo: The Lilliputian Magazine. En España, la primera revista ‎infantil se publicó en 1798: La Gaceta de los Niños. En Inglaterra aparecieron dos libros de gran ‎trascendencia: el Robinson Crusoe (1719) de Daniel Defoe (1679-1731) y Los viajes de Gulliver (1726), de ‎Jonathan Swift (1667-1745). La intensa actividad intelectual del siglo XVIII benefició también al niño, ya ‎que a partir de este momento, y gracias al pensador francés Jean-Jacques Rousseau, se dejó bien claro en ‎su Emilio (1762) que la mente de un niño no es como la de un adulto en miniatura, sino que debe ser ‎considerada según características propias.‎
Los filósofos y pensadores de la época comenzaron a considerar que el niño necesitaba su propia literatura, ‎por supuesto con fines didácticos, y en España Tomás de Iriarte (1750-1791) escribió unas Fábulas ‎literarias (1782) por encargo del ministro Floridablanca, y Félix Mª Samaniego (1745-1801) publicó sus ‎Fábulas (1781).‎

Siglo XIX. Descubrimiento del niño

A comienzos del siglo XIX, el romanticismo y su exaltación del individuo favorecieron el auge de la ‎fantasía.‎
Numerosos autores buscaron en la literatura popular su fuente de inspiración y rastrearon en los lugares ‎más remotos de sus respectivos países antiguas leyendas que recuperaron para los niños. Así surgieron a ‎principios de este siglo grandes escritores que se convertirían con el paso de los años en clásicos de la ‎literatura infantil.‎
Jacob y Wilhelm Grimm, escribieron sus Cuentos para la infancia y el hogar (1812-1822), en los que ‎aparecen personajes que se harían famosos en todo el mundo: Pulgarcito, Barba Azul, Blancanieves… o ‎Cenicienta y Caperucita, que ya se conocían en la versión de Perrault del siglo anterior.‎
Hans Christian Andersen fue el gran continuador de la labor de los hermanos Grimm. Sus Cuentos para ‎niños (1835) gozaron de un éxito impresionante, y no dejó, durante toda su vida, de publicar cuentos en los ‎que conjugaba su sensibilidad para tratar los sentimientos de los más variados personajes —La sirenita, El ‎patito feo, El soldadito de plomo, La vendedora de fósforos y tantos otros— con la más alta calidad literaria.‎
España se incorporó algo más tarde a esta corriente de literatura popular. Cecilia Böhl de Faber, más ‎conocida por su seudónimo de Fernán Caballero (1796-1877), es una de las primeras personas que se ‎preocupa por la literatura infantil en este país. Recogió el folclore infantil y leyendas y cuentos populares y ‎los fue publicando en un periódico para niños. En 1874 publicó la colección completa con el título Cuentos, ‎oraciones, adivinanzas y refranes populares e infantiles. Alentado por Fernán Caballero, el padre Coloma ‎‎(1851-1915) publicó la colección de cuentos para niños Lecturas recreativas (1884); entre ellos se encuentra ‎el famoso Ratón Pérez, que se inspira en la leyenda popular. También escribió una novela histórica muy ‎didáctica e idealizada, dirigida a los niños, Jeromín, sobre la infancia de don Juan de Austria y que supuso ‎una manera nueva de contar la historia con fines claramente didácticos.‎

En 1876 se creó la editorial de Saturnino Calleja, de fundamental trascendencia para la literatura infantil ‎española. Calleja editó casi todo lo que se escribía para los niños en el mundo: son los famosos Cuentos de ‎Calleja, en colores, con ilustraciones y a precios muy asequibles. Divulgó los cuentos de Las mil y una ‎noches, Los viajes de Gulliver o Las aventuras de Robinson Crusoe, entre otros muchos libros famosos. ‎Además contó con los mejores ilustradores y autores de la época, como Salvador Bartolozzi.‎
La ávida respuesta de los niños a mitos y cuentos de hadas hizo suponer que sus mentes poseían una ilimitada ‎capacidad de imaginación y que podían pasar sin ninguna dificultad de la realidad a la fantasía. Edward ‎Lear, el iniciador del nonsense o literatura del absurdo, fue uno de los primeros autores en apreciarlo. Pero ‎la suprema combinación de fantasía y humor la aportó Lewis Carrol en su Alicia en el país de las ‎maravillas (1865). La popularidad de esta obra se debe a que bajo su fantasía late una profunda percepción ‎psicológica unida a una lógica que sólo un matemático como Carrol, que fuera a la vez un gran escritor, ‎podría utilizar de forma tan atractiva. Oscar Wilde continuó la tradición romántica de los cuentos de hadas ‎con sus obras El príncipe feliz, El gigante egoísta y El ruiseñor y la rosa, entre otros. ‎

En la segunda mitad del siglo XIX se afianzó la novela de viajes y aventuras al aparecer los grandes ‎cultivadores de este género. Robert Louis Stevenson (1850-1887) escribe La isla del tesoro (1883), que se ‎convertiría con el tiempo en un clásico de marinos y piratas. Rudyard Kipling (1865-1936) publicó El libro ‎de la selva (1894), la historia de un niño indio criado en la selva entre animales salvajes, que ha tenido un ‎éxito inmenso. Jules Verne (1828-1905) inicia sus novelas científicas que adelantan el futuro: El viaje de la ‎Tierra a la Luna, Veinte mil leguas de viaje submarino o Viaje al centro de la Tierra.‎
De este modo, el siglo XIX, que había comenzado su andadura poniendo al alcance de los niños un mundo ‎mágico poblado de duendes, hadas, fantasmas y brujas, terminó ofreciéndoles una literatura que se beneficia e ‎incluso anticipa los adelantos científicos de la época. En los Estados Unidos Mark Twain (1835-1910) ‎publicó Las aventuras de Tom Sawyer (1876), que narra las travesuras de un niño corriente, que se aleja ‎mucho de la imagen de niño modelo que preconizaba la literatura infantil hasta este momento.‎

E. T. A. Hoffmann (1776-1822) escribió Cuentos fantásticos en los que lo extraordinario se une a lo ‎maravilloso como en El cascanueces o El cántaro de oro.‎
Otro de los grandes protagonistas de la literatura infantil universal aparece también por esas fechas, Pinocho ‎‎(1883), del escritor italiano Carlo Collodi (1826-1890), un muñeco de madera que termina convirtiéndose en ‎un niño de carne y hueso, como símbolo de la evolución hacia la toma de conciencia por parte del niño. ‎Collodi consiguió un personaje atractivo y universal que adelantaba las nuevas tendencias de la literatura ‎infantil del siglo XX.‎

Siglo XX. Esplendor del libro infantil

La literatura infantil adquirió, por fin, su autonomía en este siglo. La psicología del niño, sus intereses y sus ‎vivencias son tenidas en cuenta por los escritores que elaboran mucho más sus personajes, les dotan de vida ‎interior y les hacen crecer a lo largo de la obra. En 1904, James M. Barrie publicó en Londres uno de los ‎cuentos más famosos del mundo, Peter Pan, la historia del niño eterno, que no quiere crecer, habla con los ‎animales, escucha a los elfos que viven en el parque y conoce el mundo secreto que se esconde tras la ‎realidad.‎
A principios de siglo, en Inglaterra, se publicaron tres libros interesantes: Winnie, the Pooh (El mundo de Puff ‎o Winnie de Pooh, (1927), de A. A. Milne, que trata la relación tradicional entre un niño y su osito de felpa de ‎una forma ingeniosa y llena de sensibilidad. El doctor Dolittle y sus animales, de Hugh Lofting, consiste en ‎una serie protagonizada por un doctor que cura a los animales mientras vive las más disparatadas y ‎emocionantes aventuras.‎
A lo largo de este siglo han ido surgiendo personajes literarios que han conectado rápidamente con el público ‎infantil y se convertirán en protagonistas de largas series de libros, como Los mumins, de la finlandesa Tove ‎Jansson, seres fantásticos y minúsculos que actúan de forma alegre y alocada; Pippa Mediaslargas (1945), de ‎Astrid Lindgren, uno de los héroes modernos de la literatura infantil: la niña libre, generosa y que nunca se ‎aburre. Mary Poppins (1935), de Pamela Travers, narra las experiencias de una familia con cinco hijos al ‎cuidado de una peculiar institutriz.‎
Algunos libros han significado un punto de referencia fundamental, tanto para los niños como para los ‎adultos, como El principito (1943), de Antoine de Saint-Exupéry, el piloto francés que murió en acción ‎durante la IIGuerra Mundial y que supo crear un personaje fascinante y poético, así como Marcelino pan y ‎vino (1952), del escritor español José María Sánchez Silva, un cuento de raíces religiosas y características ‎muy españolas, que se tradujo a muchas lenguas. Su autor mereció el Premio Andersen en 1968. Este premio, ‎considerado como el Nobel de la literatura infantil, se creó en 1956 y supone un reconocimiento mundial para ‎escritores e ilustradores.‎
Escritores como Gianni Rodari, premio Andersen de 1970, autor de Cuentos por teléfono (1960) y La ‎gramática de la fantasía (1973); Michael Ende, Momo (1973) y La historia interminable (1979), o Erich ‎Kästner, El 35 de Mayo (1931), han revolucionado la literatura infantil con su creatividad y su fantasía.‎
En época más reciente, numerosos escritores de todo el mundo han sabido conectar con los gustos del público ‎infantil y juvenil y han llegado a crear auténticos éxitos universales, como Selma Lagerlöf, premio Nobel de ‎Literatura, con El maravilloso viaje de Nils Holgersson a través de Suecia (1906); Enid Blyton (1900-1968),‎
una prolífica autora que ha publicado más de cuatrocientos libros apreciados por niños de todo el mundo; ‎María Gripe, con ¡Elvis! ¡Elvis! (1973); J.J. Sempé, con El pequeño Nicolás, una serie de cinco libros con ‎un delicioso protagonista que gusta a niños y adultos, y otra serie de único protagonista que ha alcanzado ‎fama mundial, El pequeño vampiro, de A. Sommer-Bodenburg.‎
En el gran mosaico de tendencias de la literatura infantil y juvenil también hay escritores que se han acercado ‎con realismo a los problemas de los adolescentes, como Judy Blume en ¿Estás ahí, Dios? Soy yo, Margare ‎t(1970) ( en América Latina están José Luis Rosasco con ¿Dónde estás Constanza?; Benito Pérez Galdós ‎con Marianela; Guillermo Blanco con Gracia y el forastero, etc); Susan E. Hinton en Rebeldes y La ley de ‎la calle, de las que hizo unas famosas películas Francis Ford Coppola en 1983, a pesar de que en algunos ‎estados de Estados Unidos están prohibidas las obras de la autora; y Christine Nöstlinger, la gran intérprete ‎de la tendencia antiautoritaria de la década de 1970, con muchas obras en su haber, entre las que destaca su ‎novela Konrad, o el niño que salió de una lata de conservas (1977).‎


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Fecha de inclusión en Alipso.com: 2000-04-12‎
Enviado por: Anónimo

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